Los muertos se suman por decenas y los ates de dolor de quienes ven morir a sus seres queridos, son una especie de música macabra que llena el ambiente; pero nos estamos acostumbrando a ver morir y enseñarse al crimen por encargo; lo comentamos un día y otro, y luego al siguiente, ya no uno, dos, tres; cinco cadáveres tiñen de sangre la calzada.
Parece que el pánico a ratos se apodera de nosotros, sintiéndonos en indefensión, aunque estemos rodeados de cuarteles. La muerte está allí; más cerca, en el mismísimo vestíbulo de la policía, que no atina a nada, que llama como una percepción la violencia con lluvia de plomo y muertes al por mayor.
La percepción no es una ficción; la gente sabe que la muerte ronda su barrio, sus parques y sus iglesias; pero la policía el desarrollo de sus tareas básicas de inteligencia, descubre el agua tibia, “El baleado tenía antecedentes penales”, es que esto es como una especie de bálsamo en el que aspiran; aterricen los asesinatos y la gente se frunja de hombros porque se están matando entre delincuentes; ¿pero esto es verdad?, probablemente si en la mayoría de casos, pero que nos dicen que las motivaciones para el sicariato no solo sean ajustes de cuentas.
Todo apunta a que nos conformemos con el clásico “Tenía antecedentes penales”; o con la captura de repente de uno que otro criminal; y qué de las organizaciones delictivas que los contrata; qué de los asesinos intelectuales; respuestas no hay y la justicia en general cuando le toca actuar ni es ciega, ni garantiza nada.
Mostramos unas cuantas envolturas de drogas, arrancadas al microtráfico, mientras a las grandes estructuras no se tocan, no camuflan una realidad donde el invierno solo recoge balas es imparable y la policía impávida solo recoge los muertos.